Homilía 6° Domingo de Pascua: «Con vocación de mingako«
El Evangelio de esta semana nos habla de cuál ha de ser nuestro modo de estar en el mundo. Esto lo expresa muy bien el mingako mapuche, así como la actual pandemia: somos en comunidad. Ver más
Homilía Sexto Domingo de Pascua:
Con vocación de mingako
El Evangelio de este Sexto Domingo de Pascua es un diálogo de Jesús con su Padre, en el que junto con ofrecerle su propia vida, le confía la fragilidad de nuestras vidas necesitadas de la comunidad.Tímidamente las lecturas comienzan a anticipar la llegada del Espíritu Santo en Pentecostés. “Estos, al llegar, oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo. Porque todavía no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente estaban bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo”, nos narra la Primera Lectura sobre los primeros cristianos de Samaría. Sí, de Samaría, de donde mismo provenía ese hombre despreciado por los más piadosos de su tiempo, el que Jesús pone como ejemplo de vida, el buen samaritano.
El domingo 31 de mayo estaremos celebrando la fiesta de Pentecostés, la fiesta de los cincuenta días, el tiempo transcurrido entre el Éxodo y el Sinaí, hitos fundantes de la historia de vida de Israel.Tiempo transcurrido entre la resurrección de Jesús y la manifestación exultante del Espíritu. Pero por mientras vamos de camino (la verdad, vamos siempre de camino). Caminamos con Jesús que es al mismo tiempo el camino a recorrer y quien camina a nuestro lado.
En el Evangelio de hoy, Jesús vuelve sobre su identificación con el Padre. San Juan expone un largo discurso de Jesús despidiéndose de sus discípulos. Este Evangelio es un trozo pequeño de aquel discurso, pero es una oración. Jesús habla directamente al Padre delante de sus discípulos. Les habla de “glorificar” que no es otra cosa que dar vida; dar la vida. Jesús ha glorificado al Padre porque le ha entregado su vida, ha sido fiel a su misión, ha manifestado las palabras y obras del Padre. Y ahora pide ser a su vez glorificado, es decir, recibir vida y que la muerte no tenga la última palabra. Por eso en el Evangelio de Juan, la cruz es glorificación: porque es el acto total y final de dar (la) vida; y es ‘pascua’, paso a la Vida con mayúscula.
En el Evangelio, la glorificación no tiene relación con coronaciones ni halagos ni la sumatoria de “likes” en nuestras redes. Coronación es entrega y donación, es dar la vida.
En el texto, Jesús también habla con su Padre acerca de sus discípulos. De ellos, los de entonces, y nosotros y nosotras, los de ahora. “Eran tuyos y me los diste”, dice con ternura. “Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío”, agrega hermosamente en un diálogo de profunda intimidad con su Padre. Y termina afirmando “Ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él”.
Y es cierto. Estamos en el mundo. Es nuestra vocación: estar en el mundo sin ser del mundo. Comprometidos con el mundo queriendo transformar el mundo. ¡Qué vocación más desafiante! ¡Qué tensión más vitalizante! No queremos salirnos ni bajarnos del mundo, aunque a veces dan ganas de escondernos. Nuestra vocación está en el mundo. Somos sus cuidadores, sanadores, iluminadores.Todos, todas. Es nuestra común vocación, nuestro sacerdocio bautismal.
En el mundo mapuche que tanto me regaló, hay dos imágenes relacionales que nos pueden ayudar mucho a estar en el mundo sin ser del mundo. Una es la “mediería”. Cuando alguien siembra o cría animales, muchas veces lo hace “en medias”. Uno pone la tierra, otro la semilla, el fruto es en favor de los dos. Uno cría en su campo unas ovejas que son de otra persona y los borreguitos se dividen para los dos. Nosotros somos “medieros de Dios”. Se nos ha confiado un mundo y una misión que no nos pertenece. No somos dueños. Sólo Él es dueño. Y este mundo no podemos maltratarlo porque es del Señor. Y la misión no podemos abandonarla, porque se nos ha encomendado por Dios.
La otra imagen hermosa es la del “mingako”, el trabajo comunitario. Estamos en el mundo en comunidad. Somos comunidad o simplemente no somos. Somos frágiles. No podemos existir por nosotros mismos ni para nosotros mismos. Simplemente no se puede. Somos seres de comunidad desde nuestro nacimiento en el mundo, y desde nuestro origen en Dios. Tal vez es una de las grandes verdades que nos está obligando a recordar la pandemia: somos comunidad. Lo que le pasa a unos nos afecta a todos. Lo que hago yo le afecta a los demás. Estamos llamados a trabajar en mingako, a colaborar unos con otros, unas con otras, todos, todas. Nadie puede excluirse. Nadie debe ser excluido. En esta comunidad caben todos, todas.
Pablo Castro Fones, sj.
Capellán SIEB