Con una emotiva misa celebrada en el gimnasio del colegio, la comunidad educativa de San Ignacio El Bosque conmemoró este 31 de julio el Día de San Ignacio, iniciando con ello el Tiempo Ignaciano: un espacio de cuatro semanas para renovar nuestro compromiso con los valores que nos inspiran como colegio de la Compañía de Jesús.
La celebración comenzó con la presencia de la Virgen de Montserrat, frente a quien Ignacio de Loyola veló sus armas al inicio de su conversión. Ella es también quien hoy acompaña a nuestra comunidad en este camino de transformación, para que, como reza el lema que nos guiará en este tiempo especial, «aprendamos a convivir para más amar y servir».
En el fondo del gimnasio colgaban las 4C ignacianas —Conscientes, Compasivos, Competentes y Comprometidos— recordándonos el horizonte formativo de nuestro colegio: formar hombres y mujeres para los demás y con los demás, capaces de transformar el mundo desde el amor y la justicia.
Rodrigo Poblete s.j., capellán del colegio, nos llamó a vivir este Tiempo Ignaciano con profundidad:
“Comprometámonos con este Señor de la vida, para que todos y todas demos buenos frutos”, invitando a cada estudiante a reconocer el regalo que significa recorrer este camino juntos.
El testimonio de dos estudiantes de IV medio fue uno de los momentos más significativos. Con palabras llenas de sentido, compartieron cómo las experiencias apostólicas, los trabajos de verano y los Ejercicios Espirituales marcaron sus vidas:
“Dios se encuentra en todas partes y en todas las personas. Ese mismo Dios que nosotros los ignacianos nos propone hacer un mundo mejor. Que todo lo que hagamos lo hagamos siempre dando lo mejor de nosotros”.
“Después de estos últimos años de caminar, me queda claro que la vida se juega en quién somos para Dios y en cómo entregamos su amor”.
Hoy, más que una celebración, el Día de San Ignacio fue una invitación a mirar con gratitud el camino recorrido y a proyectarnos con esperanza y compromiso. Que este Tiempo Ignaciano nos impulse a vivir nuestra fe con profundidad, poniendo todos nuestros dones al servicio de los demás, para la mayor gloria de Dios.